martes, 3 de mayo de 2016

Día Mundial del Libro: escriben los alumnos (VII)

Historia en la pulpería

Francisco Montesano, 2º B

Era una calurosa noche de verano y estaba con mis amigos tomando ron y sangría bien fría en la pulpería del pueblo. Uno de mis compañeros le pidió una ronda más y yo comencé a contar la historia.

“Esto es real, comencé, y sucedió hace muchos años en Junín, o como lo llaman los indios, Tapalqué. Un chico había desaparecido después de un malón, arrancado de los brazos de sus padres. Estos lo buscaron incansablemente, pero todo fue inútil. No sé por qué, pero esta noticia se difundió rápidamente entre nosotros, los soldados.

Unos cuantos años más tarde, cuando volvía de tierra adentro, encontré a un indio de ojos celestes, que bien podría ser el niño desaparecido. Inmediatamente, lo comuniqué a los que podrían ser sus padres.

No voy a aburrirlos con todos los detalles de cómo lo encontré nuevamente y lo conduje hasta la casa de sus supuestos padres, pero lo importante es que estuvimos todos, sus padres, el indio y yo, delante de la puerta del hogar perdido.

El hombre, trabajado por el desierto y la vida bárbara, miró perplejo la puerta, como sin comprender. No estoy seguro de si entendía algo de nuestra lengua o la desconocía por completo.

Tan veloz como un rayo, el indio gritó y entró corriendo a la casa. Tanto sus padres como yo lo seguimos al instante.

El hombre atravesó el zaguán, los dos largos patios y finalmente entró en la cocina. Allí, metió la mano en la ennegrecida campana y extrajo un pequeño cuchillito que parece había escondido cuando chico.

El indio lo miraba con ojos brillantes, mientras sus padres se abrazaban llorando. Yo, debo admitirlo, me emocioné por la situación y alguna que otra lágrima surgió de mis ojos.

Después de recibir el agradecimiento de sus padres, me retiré de la casa con una extraña sensación de satisfacción que me inundaba.

Tiempo más tarde, me enteré de que el hombre no pudo soportar vivir entre cuatro paredes y un día se escapó de la casa, probablemente hacia su desierto”.

Por unos segundos, la pulpería se sumió en un silencio absoluto. Luego, continué con la historia.

“Yo me pregunto si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa”.

Nuevamente en la pulpería no se escuchó sonido alguno. El silencio se prolongó por unos momentos, hasta que el pulpero volvió con dos grandes jarras de ron en las manos y todos comenzamos a bromear y reír.

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